Estamos nuevamente en la celebración del misterio de la Navidad. Tenemos que estar vigilantes para que el secularismo que reina en la sociedad en que vivimos, no nos conduzca a perder el verdadero sentido cristiano de esta fiesta. Nos parecerá una sutileza, pero empecemos por no adoptar en nuestro lenguaje el ¡felices fiestas! y perseveremos en nuestro ¡Feliz Navidad!
La Navidad celebra la convicción cristiana, de que Dios se reveló al mundo encarnándose y habitando entre nosotros como uno de tantos y no para condenar al mundo sino para salvarlo por el Amor. Y este amor de Dios es el que nos impulsa o esas manifestaciones de amor propias de la Navidad: celebrar la fe en familia, compartir la mesa en familia, compartir con los que menos tienen, y compartir la alegría y la ilusión de los niños y también de los mayores. Es la época del año en que aparecen los mejores sentimientos: generosidad, solidaridad, cercanía, empatía, compasión y también la añoranza entre otros sentimientos. Y lo que no puede faltar en Navidad es el Pesebre en las casas y ambientes cristianos.
El papa Francisco, la Carta Apostólica Admirabile signum, la iniciaba con estas palabras:
“El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él”.
Papa Francisco, Carta Apostólica Admirabile signum
Que la contemplación del pesebre, nos enseñe a ser más humanos en la acción y a acercarnos más a la bondad y a la misericordia de Dios para con nosotros.
